
Vida y pesadilla entre muros y asfalto

La historia de una comunidad desplazada, víctima de la indiferencia estatal y la exclusión social.
La comunidad Embera, es un población amerindia que se subdivide en varias familias; habitan principalmente la zona del Chocó, Risaralda y Antioquia , se caracteriza por sus continuos desplazamientos pues desde la época colonial han tenido que migrar incluso hasta llegar a Panamá. Sus principales actividades son la pesca, caza y la agricultura.
Según registros de la ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia) desde el año 2012 se ha incrementado la migración de la comunidad Embera a la
Foto tomada por: Deicy Triviño
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ciudad capital; Desplazados por el conflicto armado, la minería ilegal y la presencia de multinacionales en el territorio, los miembros de la comunidad llegan a la ciudad con intención de salvar sus vidas y buscar nuevas oportunidades; Así es como sin ninguna clase de garantía se enfrentan a un mundo desconocido y hostil, en el que deben sobrevivir bajo precarias condiciones de hambre, pobreza y desolación.
El barrio San Bernardo, conocido por ser uno de los lugares más inseguros de la ciudad, representa el hogar de 59 Emberas y sus familias, quienes a su llegada a Bogotá encuentra en este sitio la única opción para pasar la noche.
En los llamados pagadiarios: hospedajes donde se alquilan habitaciones por un valor de 8000 a 11000 pesos, carentes de seguridad y donde la salubridad es casi nula, pasan la noche alrededor de 11 personas por habitación entre hombres, niños, ancianos y mujeres embarazadas.
El panorama de estos hospedajes es desolador, pues al ingresar a las habitaciones solo se observan algunas colchonetas viejas, ropa desgastada y una que otra estufa de gasolina que se usa eventualmente; El ambiente del lugar es denso, no hay ventilación y es evidente el agotamiento que los miembros de la comunidad esta comunidad reflejan en sus rostros.
El día a día para los Embera que viven en Bogotá, tiene un común denominador y es el hecho de transitar sin rumbo fijo por las calles de la ciudad.
Las mujeres salen en la mañana acompañadas de sus hijos a buscar alimento, la mayoría de ellas se ganan la vida con la venta de okamas ( collares) y manillas que ellas mismas elaboran, y con las cuales representan sus creencias, añoranzas y alegrías; Al ver estas artesanías rebosantes de color se piensa en flora, fauna, ríos y demás regalos de la naturaleza.
Nadie imaginaria que tras estas coloridas representaciones habitan mujeres nostálgicas embargadas por el recuerdo, pérdidas entre muros, calles y personas que con su indiferencia, hacen que extrañen cada vez más su casa, sus cultivos, sus animales, su hogar…
Los hombres por su parte se emplean realizando alguna labor transitoria, como cargar bultos o alguna tarea que implique fuerza; mientras otro pequeño grupo de Emberas se acoge a programas que ofrece el distrito o alguna fundación donde se les garantiza por lo menos una comida diaria.
Además de las precarias condiciones de vida que enfrentan la mayoría de Emberas residentes en la ciudad, se han presentado casos de prostitución, violencia sexual y maltrato al interior de la comunidad, también se evidencia según estudios sobre el tema que debido a la miseria, se ha gestado una condición de supervivencia por caridad, pues al estar fuera de su entorno, contexto y territorio no tienen las herramientas necesarias para desarrollar habilidades y conocimientos como los hacían en su lugar de origen.
Al respecto el distrito se pronuncia indicando que se han generado políticas con enfoque diferencial para atender a esta población y tratar de solventar sus necesidades básicas, pero sin embargo, no se pueden dar todas la garantías para que los Emberas vivan en la ciudad y se adapten completamente al contexto urbano, ya que sería una contradicción con el objetivo del distrito, que es fomentar y gestionar el regreso de los indígenas a sus territorios y no implementar acciones que contribuyan a la fragmentación de la comunidad.